4 Más uno

NUEVA SERIE #1

Un encuentro, Un desgarro

Milagros Rodríguez

Al interior de la Comisión de Carteles, arrancamos nuestras lecturas con una referencia de Miller de El lugar y el lazo donde da su definición de rasgón:

Para que yo me ponga a trabajar debe producirse un desgarro en el saber, en el mío […] debe haber allí un desgarro producido por algo que engancha […] movilizo lo que sé en torno al rasgón, y eso en efecto me atormenta. [1]

El “debe” nos hizo pensar en este “rasgón” como condición para el trabajo del cartel, surgiendo así el título de nuestra noche: “No hay cartel sin rasgón”. Esto nos movilizó en la investigación de los fundamentos de tal afirmación, si es que los había. Sin embargo, es otro significante de esa frase el que resonó, para mí, con fuerza y me puso en movimiento para anudar el trabajo de la Comisión de Carteles y mi experiencia de formación: esa palabra fue “atormenta”.

Un encuentro

La primera experiencia de cartel me confronta de manera tormentosa al saber del psicoanálisis. Grande fue la decepción por no hallar en el Más Uno el saber empaquetado que me había deslumbrado en otros espacios. Así, la fascinación por el todo-saber que en mis fantasías calmaría mis más grandes angustias, dio paso a la impotencia, una que me acompañó un largo tiempo y osa aparecer de vez en cuando.

En ese encuentro con el cartel entendí que en psicoanálisis nada se desliza sobre ruedas. Nadie me avisó que ese dispositivo no era apropiado para mi demanda y hasta puedo decir que en ese momento me sentí estafada. Sin embargo, ese no-saber angustioso fue tomando la forma del deseo gracias a la operación del Más Uno y el trabajo con otros. Es así como ese encuentro tormentoso con el desgarro en el saber tiene como efecto dejar la psicoterapia que estaba haciendo y hacer un pedido de análisis.

No sin rasgón

¿Qué sería un cartel sin rasgón? Sabemos que llamarlo cartel no significa que sea uno. Sin esa rasgadura, el grupo creería obtener esa acumulación de saberes teóricos en el registro del automatón, en un camino zanjado por el Otro que se cree completo donde todo pretende encadenarse y deslizarse placenteramente. Por lo tanto, sin rasgón, caeríamos en la ilusión que tiene la ciencia al creer que hay un saber en lo real e intentaríamos obtener saberes monográficos que hasta podrían volvernos expertos en un tema.

Pero cuando la cosa parece marchar, un obstáculo nos hace trastabillar y nos saca del sopor dulzón de la comprensión. Sin embargo, solo puede decirse que es un rasgón si decidimos no taponarlo. Eso que creíamos saber ya no se entiende tanto, eso que habíamos comprendido se vuelve a opacar, y encima ahí está el Más Uno tironeando los girones desgarrados.

No sin rasgón, porque el cartel con su lógica nos invita a renunciar al todo entendiendo lo irrealizable de la tarea. Al interior está la provocación a un trabajo con otros que también se encuentran concernidos en el intento de subjetivar un real. Pero es en los bordes del agujero donde tenemos la chance de escribir algo, no-todo pero tampoco “una nada”. [2]

Así se espera un movimiento, dejar de investigar un tema para precisar el rasgo, separándonos de aquello que en cartel hace comunidad. Vamos dilucidando los trazos del rasgo cuando nos encontrarlos persiguiendo “eso” sintomático que nos afecta singularmente. En el rasgo y en el rasgón siempre nos encontramos concernidos.

Si somos trabajadores decididos haremos un esfuerzo por pasar al otro los restos valiosos de nuestro trabajo. Se apela a una “eficacia particular del decir”, [3] aunque solo sea un pellizco, una porción pequeña de saber que agarramos con fuerza porque nos dejará conformes solo por un tiempo, hasta la próxima vez…

Dicho esto, y a pesar de cartelizar numerosas veces y por muchos años, me ha costado entender que si lo busco incesantemente, es porque el saber ahí no está. Pues para subjetivar esto es necesaria la condición de analizante. La experiencia de cartel está anudada a lazo singular que cada quién tenga con la Escuela, pero sobre todo a la “posición subjetiva respecto de la ignorancia”. [4]

Finalmente diré que, para salir del terreno del hábito, cada vez, necesitamos preguntarnos si ahí hubo o hay cartel.

NOTAS

  1. Miller, J.-A., (2000-2001) El lugar y el lazo. Buenos Aires. Paidós. 2013, p. 13.
  2. Miller, J.-A., (1986-1987) Los signos del goce. Buenos Aires. Paidós. 2006.
  3. Laurent, É., ¿Cómo se enseña la clínica? Cuadernos del Instituto Clínico de Buenos Aires. Volumen 13. Buenos Aires. ICdeBA. 2007, p. 47.
  4. Tarrab, M., En el cartel se puede obtener un camello. Más uno N° 3. Buenos Aires. EOL. Octubre 1998.

REFERENCIAS