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NUEVA SERIE #1

Una experiencia singular a partir de un cartel

Luis Tudanca

Instante

La irrupción aconteció en un cartel, hace muchos años. Allí, en una conversación aparentemente intrascendente alguien profirió una palabra que desconocía radicalmente: impolítico.

Las palabras se comportan generalmente como palabras vanas. Muy de vez en cuando están sostenidas en un decir y si uno se deja captar, agarrar, inciden, sin ser responsables ellas mismas, y más allá de ellas mismas en la obtención de un goce sutil.

Seguramente no era su “destino”. Pero algunas veces se desvían del derrotero inicial para tomar un camino adyacente.

Así, un trabajo de cartel cuyo tema era “políticas del psicoanálisis”, sostenido en su línea de investigación en una frase de Lacan de su Seminario 18 en el que afirma: “Que el síntoma instituya el orden en que se revela nuestra política […] implica por otra parte que todo lo que se articule a partir de este orden es pasible de interpretación”, [1] se transformó en una interrogación sobre lo impolítico posible en cada política, una por una, cada vez.

Lo impolítico que se encarna

Con la emergencia del término impolítico se produjo en mí un doble movimiento: el interés por la cuestión teórica, que resumiré en pocas palabras, y la potencia de su incidencia vital, un toque aleatorio, que se desprende e independiza de cualquier teoría.

Por otra parte, sabemos que en el psicoanálisis hay una hiancia entre teoría y práctica.

Entonces, lo impolítico. Con ese término no se designa nada del orden de lo no político. No es indiferencia ni desinterés por la política, es una manera de intervenir en las políticas. Se trata más de una pragmática que de una teoría.

Es que lo impolítico implica una radicalización no-todista opuesta a cualquier política totalizadora, un “ejercicio de desfundamentación, de no totalidad”. [2]

Pero más allá de una definición que no atrapa a lo impolítico ya que lo impolítico no es posible de ser circunscripto como tal, está el cómo interviene sobre nosotros, en tanto acordamos o no en ser su instrumento.

Su acción se sostiene en una eficacia indirecta, en un no-actuar que no es inacción ni no hacer nada y mucho menos activismo.

Es mejor que el efecto se derive. Eso da como resultado “algo que pertenece a la consecuencia, y no al proyecto”. [3] Y además que uno mismo se retire.

¿Y a qué apunta lo impolítico? Lo impolítico apunta a fundar y consolidar espacios mínimos, redes, que no constituyen parte de ningún todo ni aspiran a una totalización.

Es con algunos otros que reafirmo una lógica de agregación, no-todista, de vecindad, con la cual no se busca resolver nada, ningún cierre ni acción definitiva.

Desde ese punto de vista “la solución es la no-solución, el atolladero, pero asumido, consentido”. [4]

De heridas y aforismos vitales

Detendré este desarrollo no porque no se pueda ahondar en él sino porque lo mucho que se pudiera agregar sobre las respuestas parciales que fui encontrando a mi interrogación, son siempre proclives, con el tiempo, al desgaste que las empuja a cerrarse en elucubración que pierde lo que se precipitó como instante.

Ahora me interesa subrayar justamente su emergencia de instante que valió mucho más que esos desarrollos posteriores que llevaron a lecturas muy profundas y valiosas, sin duda, pero que perdían y se alejaban cada vez más del impacto inicial.

Como le gustaba decir a Deleuze: “Pero de dónde vienen las doctrinas sino de heridas y de aforismos vitales”. [5]

No es que la palabra impolítico hirió, sino que situó la herida donde estuvo siempre.

Como nos explica Deleuze recordando a Joe Bousquet: “mi herida existía antes que yo, yo nací para encarnarla”. [6] Porque se trata de “no ser indigno de lo que nos ocurre. Por el contrario, captar lo que acontece como injusto y no merecido (siempre por culpa de alguien) esto es lo que hace que nuestras llagas parezcan repugnantes, el resentimiento en persona, el resentimiento contra el acontecimiento”. [7]

Aceptar el instante es aceptar el acontecimiento, desearlo, dejarlo resonar y, aún más, dejarse aspirar por él.

La deriva en que se disuelve atrapa el olvido de su precedencia. Pero su ex-sistencia persiste y debería impedir cualquier forma de resentimiento. Una de ellas, la resignación, es de las más tontas.

No resignarse implica aceptar, consentir con el acontecimiento ya que este hace a “mi desgracia, pero también un esplendor y un brillo que seque la desgracia”. [8]

Acerca de las metáforas vitales

Hoy no estoy seguro a qué designo lo impolítico con el término impolítico.

Sé que siempre estuvo ahí, mezclado con las políticas, las de la acción política que tiene como herramienta la eficacia directa y que no evita las identificaciones.

Siempre estuvo ahí como herida y como gracia y después la historia.

Lograr que se despliegue en silencio me llevó tiempo y no lo logro siempre. Todavía padezco de rebeldías insensatas que lo obligan a retraerse.

De las dos vías que señalé, la primera de ellas la abrió el significante, pero la segunda no pasa por el significante.

Sólo puedo recurrir a metáforas que mostrarán rápidamente su límite.

Como dice Miller: “hay que aclarar que en la última enseñanza de Lacan las metáforas vitales, las referencias a la vida, son evidentes consecuencias del cuestionamiento del significante. El significante como tal, anula la vida”. [9]

Y además no hay nada que suturar. La herida de la que habla el filósofo es nuestro incurable a aceptar como tal. ¿Por qué no darle un abrazo?

Hay también la gracia de la desgracia supuesta… cuando se la aborda sin subterfugios.

Y es discutible que se trate de aforismos que nos llevaría de nuevo al terreno de la doctrina… del significante.

Es que el aforismo es “una proposición que resume una sabiduría y la expresa bajo una forma concisa, breve”. [10]

Y también: “El dicho que «aforiza» siempre nos aporta un universal y nos lo espeta”. [11]

Pero hay otro dato y ese es el que me interesa: “Para Lacan, el horizonte mismo de la sabiduría es un ingeniárselas con el goce por fin conseguido”. [12]

El goce por fin conseguido: un goce sutil

Lo impolítico actuó como rasgón, no tengo la menor duda.

Que indique “la singularidad que se pone en juego para que, como decía Lacan, cada uno re invente el psicoanálisis” como afirma Silvia Pino en su invitación a escribir estas breves líneas dispersas sin horizonte, delimita el campo del cual se trata que excede al aforismo, al todismo, a las palabras vanas, a la elucubración, a las doctrinas, a la historia, a cualquier forma de trascendencia, a…

La expresión que usa Miller “el goce por fin conseguido” ¿es impolítica? No vale la pena pensarla, ¿nos toca en algo?

La distinción que él establece entre goce-exceso y goce-satisfacción ¿no les parece orientadora en este tema?

Lo que me interesa a esta altura: el goce-satisfacción es “el restablecimiento […], de una homeostasis superior”. [13]

Si a lo impolítico lo ubicamos del lado del goce ese goce es un goce-satisfacción.

Lacan pensaba que hay “un hacer que se nos escapa, es decir, que desborda por mucho el goce que podemos tener de él. Ese goce completamente sutil es lo que llamamos espíritu”. [14]

¿Por qué no pensar lo impolítico como ese goce sutil? Pero ya del lado de un saber hacer que se sale de los bordes y que sin embargo no se sostiene en un goce-exceso. No es ese el sentido del “desborda”. Se podría decir goce delgado, fino, magro, otra manera de indicar que no se trata de ningún exceso.

Más próximo al ¡¡espíritu!! Pero no es más que una referencia a un goce que no termina de agarrarlo ningún significante.

De esta manera lo impolítico es goce corporal, en el cuerpo, por lo que, para hablar de él sólo queda referirse al mismo con metáforas vitales lo que ya es mucho porque nos alejamos de una mortificación posible, que también es goce, inherente a cualquier política.

Cualquiera que se pregunte por su deseo de política el goce es el que está en causa. Ninguna doctrina, ni ideología, ni filosofía política dará cuenta jamás de ese aspecto.

Mantener ese deseo vivo implica consustanciarse de los resortes que lo produjo y desembrollarse de la mortificación que lo envuelve.

Esa posibilidad es inherente a cualquier análisis, pero algunas veces el cartel muestra su cara clínica.

Este escrito da cuenta de ese detalle.

NOTAS

  1. Lacan, J., (1971) El seminario, libro 18. De un discurso que no fuera del semblante. Buenos Aires. Paidós, 2009, p. 115.
  2. Tatián, D., La cautela del salvaje. Pasiones y política en Spinoza. Buenos Aires. Adriana Hidalgo Ediciones. 2001, p. 38.
  3. Julien, F., Tratado de la eficacia. España. Siruela España. 1999, p. 168.
  4. Miller, J.-A., Milner, J.-C., ¿Quiere ser evaluado? Reflexiones sobre una máquina de impostura. Lacaniana Nº 3. Publicación de Psicoanálisis de la EOL. Año 3. Buenos Aires. Grama. Agosto 2005, p. 90.
  5. Deleuze, G., Lógica del sentido. España. Barral Editores. 1971, p. 189.
  6. Ibídem.
  7. Ibídem.
  8. Ibídem.
  9. Miller, J.-A., (2002-2003) Un esfuerzo de poesía. Buenos Aires. Paidós. 2016, p. 18.
  10. Ibídem, p. 34.
  11. Ibídem.
  12. Ibídem, p. 121.
  13. Miller, J.-A., (2008-2009) Sutilezas analíticas. Buenos Aires. Paidós. 2011, p. 120.
  14. Lacan, J., (1975-1976) El seminario, libro 23. El sinthome. Buenos Aires. Paidós. 2006, p. 62.