Si bien participo y he participado de muchos carteles, por mi parte no podría referirme estrictamente a marcas del más-uno. Sí recuerdo distintos momentos en el trabajo en diferentes carteles, en los que alguna intervención del más-uno, ya fuera sobre lo que yo estaba desarrollando en relación con mi propio rasgo, o incluso sobre el rasgo de algún otro cartelizante, tuvo en mí un efecto de rectificación, relanzamiento o avance en mi trabajo de elaboración. Recuerdo que en varias oportunidades esas intervenciones se plasmaron luego en el escrito producido en cada uno de esos carteles como citas referidas a una comunicación personal del más-uno, es decir, a un saber que recién entonces se hacía letra. En otros casos, esas intervenciones agujerearon algún orden cerrado, abriendo un espacio que funcionó como causa de alguna pequeña invención, habilitando una cierta herejía respecto de alguna lectura dogmática en la que venía encerrada previamente. Pequeños efectos de formación en la vía de una relación deseante con el saber.
A partir de esta convocatoria que hace referencia a las marcas, me di cuenta de que ese término me llevaba directamente a la experiencia analítica, y a las marcas que distintos analistas han dejado en mí. Pero no a la experiencia del cartel, más ligada a la transferencia de trabajo que a la transferencia analítica. Sin duda, he atravesado algunas experiencias de cartel más inolvidables que otras, pero no por eso les daría a estas últimas el estatuto de marca. La marca es algo bastante único, bastante fijo, bastante fuerte. Me parece que la marca de una experiencia siempre viene al lugar de una marca previa, anterior, fundamental. Y es el ámbito de la transferencia analítica el que la propicia, dando lugar a una escritura muy distinta de aquella que puede producirse en la experiencia del cartel. Esto me llevó a la distinción que establece Miller entre una y otra experiencia en su texto “Cinco variaciones sobre el tema de la «elaboración provocada»”.
Como sabemos, allí Miller acerca la experiencia del cartel a la lógica del discurso histérico, alejándola de los otros discursos, planteando que el más-uno debe rechazar tanto ser un amo que pone a trabajar (discurso del amo), ser uno que sabe (discurso universitario), como ser analista del cartel (discurso analítico). En este último sentido afirma: “Si el cartel ha creído cooptar un analista, y éste se atiene a eso, lo que en un cartel quiere decir hacerse el tarugo, el resultado es conocido: los participantes hacen el tonto. Es la estructura del discurso analítico, pero traspuesta al cartel, teniendo como único resultado la denuncia de algunos significantes amo, lo cual me parece muy escaso”[1].
Si bien Miller acerca la experiencia del cartel al discurso histérico, tampoco las identifica totalmente, ya que sitúa una “ascesis del más-uno”, por la que el a, que en el discurso histérico se encuentra bajo la barra, pasa a operar como agente, produciendo cierto efecto de discurso analítico. Por eso subraya que el más-uno no es el sujeto del cartel, sino el encargado de insertar el efecto de sujeto en el cartel, tomando a su cargo la división subjetiva, para que esta no estorbe a los demás cartelizantes en su trabajo. Por eso en el punto de ascesis cambia el signo que afecta al Uno, que pasa del más al menos: “el más-uno no se añade al cartel más que descompletándolo, debe contarse ahí y no hacer más función que la de la falta”[2].
En esa perspectiva podría plantearse que la función del más-uno no consiste tanto en dejar marcas como en hacer lugar a la elaboración del cartel, en la que, seguramente, cada uno de los cartelizantes pondrá en juego sus propias marcas. En su texto “El cartel en el mundo” Miller plantea justamente que el más-uno encarna al líder necesario de todo grupo, pero que en el dispositivo del cartel se trata justamente de adelgazarlo en lugar de inflarlo. Entonces el más-uno es un líder, pero “un líder modesto, un líder pobre”, ya que el agalma que lo soporta “es no-denso”[3]. Quien asume la función consiente a ocupar ese lugar estructural de líder del grupo, pero para vaciarlo, dando lugar a la emergencia de la diversidad de decires del enjambre de cartelizantes. En este punto se acerca más a la posición de analizante que a la de analista, de allí que su función pueda incluso pasar de algún modo desapercibida, manifestándose tan sólo como causa de la elaboración del cartel. Para que esto ocurra se vuelve necesario el consentimiento de los demás cartelizantes, lo que no siempre ocurre. Cuando ocurre, se instala la transferencia de trabajo, que considero la modalidad fundamental de elaboración de saber en psicoanálisis.
Si tomamos los matemas de los discursos, referencia fundamental del texto “Cinco variaciones sobre la elaboración provocada”, podemos situar la función de la marca en relación con el S1. En el discurso analítico el analista encarna el objeto a, dando lugar a una elaboración de las marcas constitutivas del parlêtre que decanta en la producción del S1 como significante-letra, cuya novedad consiste en una reescritura de la marca.
Si la estructura del cartel se acerca a aquella del discurso histérico, diremos que en cierta perspectiva el más-uno, tomando a su cargo la función sujeto, pone a trabajar las marcas, S1, de cada cartelizante (que se encarnarán en sus rasgos), dando lugar a una elaboración de saber, función fundamental del cartel. Es en esta operación que podemos ubicar la transferencia de trabajo, transferencia en la que el trabajo se desplaza entre los cartelizantes, dando lugar a una elaboración que es a la vez colectiva y singular. Como señala Miller: “cuando dos o tres personas hablan juntas, vaya a saber quién hizo emerger la cosa. Está el que la dijo, pero finalmente el que la hizo decir y el que se dio cuenta de que era importante”[4].
Es el trabajo del cartel, del que también forma parte el más-uno, quien no se agota en soportar la función de sujeto dividido. Es esta “ascesis del más-uno” la que da lugar a cierta emergencia del discurso analítico, en la que el objeto a queda ubicado en el lugar de agente, y es allí donde se hace presente el agujero en el saber, que, como señala Gerardo Battista, es el real en causa en un grupo, con el que el cartel encontrará -o no- un saber-hacer. Hay carteles que se disuelven ante esta emergencia. Pero me parece fundamental destacar que no se trata allí de que el más-uno asuma ese lugar como agente -función propia de la transferencia analítica-, sino de que se ocupe de preservar ese lugar vacío, sin taponarlo con saber ya sabido. Coincido con Gerardo en que, si esto se consigue, podemos hablar de efectos de formación efecto-de-formación en el trabajo del cartel.
Retomando entonces la pregunta: ¿qué efectos nos permiten constatar que allí hubo trabajo de cartel?, diría que, en mi opinión, ya hay trabajo de cartel cuando los cartelizantes consienten a ponerse al trabajo causados por el más-uno como soporte de la función de división subjetiva. Esto implica que los mismos salgan a su vez del lugar de esclavos, alumnos o analizantes. Allí se pone en función la transferencia de trabajo, dando lugar a una elaboración a la vez colectiva y singular. Hasta ese punto, diría que hay trabajo de cartel, pero no necesariamente efecto-de-formación. Me parece que muchos carteles transitan esa vía.
Luego, diría que a veces ocurre una emergencia del discurso analítico en el cartel, llegando a hacerse en el mismo la experiencia del agujero en el saber. ¿Pero se trata allí de una experiencia colectiva, o es una experiencia que eventualmente transita algún cartelizante, en cierta soledad? Mi experiencia como cartelizante es más bien esta segunda, que ese real no es colectivizable, aunque opere como causa de una lógica colectiva. Me parece que cuando eso ocurre -y es contingente-, puede verificarse un efecto-de-formación, que entonces hace de bisagra entre el trabajo del cartel y el trabajo analítico, uno por uno.
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