Secretaría de Carteles: ¿Cómo aproximar el Cartel en la universidad sin perder la perspectiva de que trabajar en un cartel es estar en la Escuela?
Eduardo Suárez: Pienso que se puede hacer fomentándolo en ámbitos fuera, o al menos alejados, de la evaluación directa que supone siempre el discurso universitario, de un modo donde quede claro que esa participación se inscribe en la Escuela y entre aquellos más decididos o ya con cierta transferencia. A ellos el cartel les puede plantear una aventura intelectual y una experiencia diferente, porque pueden encontrar en el dispositivo un lugar alpha, como decía J-A Miller, que les proporcione un viento fresco, es decir, condiciones de producción de saber que los libera del corset de la palabra del profesor.
SC: ¿Considera que la propuesta de trabajo en carteles puede ser incluida en alguna experiencia universitaria?
ES: Considero que sí, por supuesto y me parece que es una excelente apuesta. La primera experiencia que me surge la ubico en el ámbito de la extensión. La extensión universitaria tiene menos prensa, pero es cada vez más importante, al menos en la UNLP, y, por razones políticas, se amplifica cada vez más. Es el ámbito que vincula a la universidad con la comunidad, donde se hacen aportes concretos, desde dispositivos distintos a docencia e investigación, con proyectos de diversa índole. Ahí la universidad justifica de otro modo su existencia, muchas veces cubriendo funciones que le corresponden al estado. Y pasa que los proyectos siempre cierran en teoría pero su aplicación genera todo tipo de síntomas. Por eso es un ámbito favorable al cartel y al psicoanálisis, porque la contingencia está muy presente y los saberes se elaboran in situ sobre lo que va pasando en la práctica.
SC: ¿Qué puntos de contacto y/o exclusión subrayaría entre la investigación de un rasgo de cartel y la investigación académica?
ES: En toda investigación auténtica hay que localizar muy bien el punto que se ignora y que se quiere investigar, en la academia eso exige mucho recorrido para arribar a lo que se denomina el estado del arte, recorrido que a veces se vuelve aburrido porque consiste en repetir lo que se ha dicho sobre un tema y así tratar de situar el hueco que justifica la investigación propia. Ahí puede haber un punto de contacto, porque ese trabajo es el precio y se paga por un deseo, sino de inventar saber, al menos de obtener una cierta ganancia respecto de lo que, hasta ahí, no se sabía. El trabajo en el cartel, que pivotea sobre un rasgo, si bien no exige una ubicación de lo que no se sabe en el gran Otro, sí exige llegar hasta el borde de la propia ignorancia para que advenga una pequeña ganancia primera que redunda en formación para el cartelizante. El cartel puede servir para dotar de autenticidad y vitalidad todo ese recorrido.
SC: ¿Cuál es el interés de los estudiantes en el psicoanálisis? ¿Ha cambiado en los últimos años?
ES: No es una cuestión sencilla, sí tengo la impresión de eso que dijo alguna vez Eric Laurent, que el aumento de estudiantes de psicología es la reivindicación del derecho a tener un psiquismo. En cuanto al interés en el psicoanálisis, lo parafrasearía para caracterizar la actualidad y diría que va por el lado del derecho a ser sujeto. Un deseo de instituirse como sujeto, que, con su equivocidad, y quizás gracias a eso, incluye el derecho a tomar la palabra y a tener una enunciación singular. Es un deseo que reverdece tanto más cuanto que empalma con la producción misma del discurso universitario. Como lo elucidó Lacan en los 70, se trata de un discurso donde la división subjetiva tiene destino de resto y por eso busca afirmarse bajo la égida de un derecho a conquistar. Sin desmerecer, pero no importa mucho qué causa -feminismo, revolución socialista o la biodiversidad de Mar Chiquita-. Es así que este sujeto intuye que hay algo de ese derecho que el psicoanálisis preserva. Y ese mismo sujeto lo combate cuando para el caso individual lo lee como pretensión burguesa.
En otros tiempos el interés se suscitaba y sostenía por todo el corpus estructural que ordenaba desde la concepción de lo psíquico hasta la clínica y la práctica. Esa relectura de Freud a partir del Lacan, que llegaba a la universidad, acentuada y difundida por algunas cátedras, que traían los comentarios y la lógica que le inyectaba J.-A. Miller y el campo freudiano, nebulosas incluidas, desde principios de los 80 en adelante, todo eso en serie, representaba algo muy serio y consistente para los jóvenes, entre los que me cuento, de aquellas épocas. Era una orientación lacaniana que repartía brújulas por todas partes allí donde una psicología declinante confusa y ecléctica, no podía aportar nada salvo para ámbitos muy reducidos del saber psi. Eso me parece que ha cambiado. El sujeto es otro y la psicología también, al menos en nuestras universidades, hablo de las públicas. Para decirlo rápido, es una disciplina que hoy se fortalece volviendo a esa radicalidad que Lacan había ubicado dentro de las ciencias de los ideales, vale decir, aquellas que proveen con sus doctrinas y sus prácticas los instrumentos con que los que el amo quiere conducir a la población. Ahora tenemos por ejemplo la perspectiva de género o la ley de salud mental, valores aparte, es claro que no son producto de las investigaciones en psicología, sino manifestación directa de los ideales de esta época y este país. Esos son los significantes amo que, a diferencia de los tiempos de Lacan, ya no están escondidos en el lugar de la verdad, sino que están ordenando de modo directo los saberes que se enseñan. Eso suele hacer más difícil la enseñanza del psicoanálisis diría, por el wokismo ambiente que genera, donde es arriesgado poner en debate ciertas ideas o pretender interpretar ciertos ideales. Pero creo que hay que oír que, en el fondo, se sigue tratando de la reivindicación de la posición del sujeto de derecho, más fundamentalista, que el psicoanálisis tiene chances de alojar si no la confunde con sus expresiones. Alojarla como se hace en la práctica, con tiempo, con escucha, con interpretaciones que buscan “notodizar” las cosas etc. Lacan nos dejó una perspectiva en sus conversaciones con los estudiantes del 68. Hoy se producen nuevos intersticios y la orientación lacaniana tiene su oportunidad renovada. Porque también hay puntos de confluencia, como el hecho de cuestionar la normalidad que impone el amo, decir que todo el mundo delira o que cada uno debe encontrar sus propias soluciones a partir de su sínthoma, son cosas que están en las profundidades del gusto de esta época. Si sabemos hacerlas escuchar se pueden perturbar ciertas defensas.
SC: ¿Qué acciones considera de importancia que la Escuela puede llevar a cabo para acercar a las nuevas generaciones al psicoanálisis?
ES: Hay acciones y orientaciones. La primera y fundamental creo que se debería dirigir hacia dentro de la Escuela, entre otras que, por supuesto se realizan, pero aquellas que sirvan para afianzar la convicción en la comunidad acerca de que la causa es una sola y lograr un apoyo incondicional de los colegas para lo que se hace en la universidad. Incondicional no quiere decir sin discusión o que la política de la Escuela no sea la que dé, precisamente, la orientación. Todo lo contrario. Tampoco eso significa rendir las armas del psicoanálisis a la universidad, si bien eso puede pasar, pero las razones hay que buscarlas en la marcha de la Escuela. La cuestión es que se transmita de modo más contundente la confianza en que la causa analítica atraviesa y pasa más allá de las personas y de los ámbitos. Pensemos que, además, para el psicoanálisis no hay extensiones posibles. Digámoslo, en la cultura en general, en nuestro país, está bastante desdibujado su papel, quizás no tanto por el psicoanálisis sino por cierto rebajamiento que no viene al caso analizar ahora. El interés demostrado, como en este caso a través de carteles y esta revista, y otras acciones que puedan partir de la Escuela, todo ello contribuye. No es necesario hablar en neutro ni de los temas que le interesan a los jóvenes, se trata de renovar el sujeto supuesto saber de una comunidad que se distingue por organizarse y trabajar como Escuela y de ofrecer el lugar a otra que está a la búsqueda de respuestas para el múltiple y basto real que le toca enfrentar.
SC: ¿Podría contarnos alguna experiencia en ese sentido que considere valiosa?
ES: Los mejores marcos lo dan las actividades llamadas extracurriculares. Recuerdo una de las últimas, justamente una actividad de conversación sobre casos y prácticas en la extensión universitaria, pero donde participaron no sólo analistas que son docentes en la universidad sino también a aquellos que no la frecuentan. Eso permite abrir el discurso, darle soltura y valor a las intervenciones, y a los analistas que no la visitan darles la ocasión de sacarse algunos prejuicios. La universidad de la que hacemos nuestro ámbito no es tan universitaria, y por lo general esas actividades al final resultan muy satisfactorias, también para ellos. Lo fundamental es habitar los lugares y relacionarse a través de los vacíos, y las lagunas de los discursos, y entender que la causa analítica no vive solamente entre las cuatro paredes de la Escuela.
SC: ¿Qué considera que convoca a los graduados a continuar su formación en la orientación lacaniana?
ES: Lo diría así: se empieza por el derecho a un psiquismo, se sigue por la suposición de un saber, y al final se termina en muchos casos en un síntoma-partenaire incurable, como lo es la pasión de bordear lo real que le toca al psicoanálisis desde una Escuela.
NOTAS
* Profesor titular de “Clínica de Adultos”, Facultad de Psicología, Universidad Nacional de La Plata.