Ante la propuesta de escribir sobre la marca singular que me dejó mi primer cartel, la primera frase que se me cruza es “mi primer cartel fue un fracaso como cartel”. Entonces, ¿por qué no tomar como primero aquel que si se constituyó en una experiencia de cartel? Sin embargo, advierto que leo en aquella primera experiencia, mi primer cartel. Entonces, ¿Qué enseñanza, que marca imborrable me dejó aquel primer intento? ¿En qué se sostiene la paradoja, de reconocerlo como mi primer cartel, a sabiendas de no haber vivido en ese tiempo la experiencia cartelizante?
Allá lejos y hace tiempo leía que la puerta de entrada a la Escuela se abría por el gozne del trabajo en un cartel. Lacan en el “Acto de fundación” de 1964, plantea que “La enseñanza del psicoanálisis no puede transmitirse de un sujeto al otro sino por las vías de una transferencia de trabajo”[1]. Queda explicitado un trípode constituido por la formación del analista, ese pequeño grupo llamado cartel y la Escuela.
Formalizado el cartel, en 1980 por Lacan[2], como el órgano de base de la Escuela, lo describe como un lazo social nunca visto antes, anudado a la causa psicoanalítica. Es el dispositivo de Escuela, donde si bien lo que está en juego es la transmisión del psicoanálisis, es anti didacta, dicha transmisión se sostiene en el deseo de saber de sus miembros. El cartel se nutre en la transferencia de trabajo decidido, es un trabajo por hacer, una elaboración sostenida que se propone investigar sobre los impasses del psicoanálisis, interrogar la Escuela. Fundamentalmente en el cartel está la apuesta de cada uno de sus miembros a poner a cielo abierto el producto propio de la elaboración provocada por el agujero en el saber. Lacan también aventura que es de esperar “las crisis de trabajo”.
Con la teoría en la mano, y mi transferencia con la Escuela me dirigí con unas colegas, amigas, concernidas por el tema de la angustia, elegimos a quien fue el más-uno, y nuestros rasgos para poner al trabajo en ese pequeño grupo tan particular. La estructura formal del cartel, estaba. ¿Alcanza con juntarse? ¿Qué lo hizo fracasar?
Me enseñó que la relación que tenía al saber, fue clave, en ese entonces, era a un saber ya costituido, un saber a alcanzar, un saber que esperábamos del más-uno, y no a una elaboración provocada por el trabajo en el cartel. De esta manera, mi primera experiencia de cartel, derivó en clases amablemente preparadas por el más-uno. Los cinco miembros de ese cartel quedamos identificados al saber supuesto. Terminó diluido sin haber vivido la experiencia del cartel, sin embargo me dejó una enseñanza, lo que más adelante encontré en una cita de Miller en su curso El banquete de los analistas, dice allí: “cuando se le supone el saber al otro, cuando se supone el saber, no hay lugar para el trabajo”[3]. Aprehendí que identificar al más-uno con el líder que sabe, a quien seguir, no agujerea el saber, sostiene la pereza y las inhibiciones neuróticas.
Pero un detalle más, puedo ubicar ahora, después de haber pasado, en varias ocasiones, por la experiencia cartelizante. Para pasar por la experiencia del trabajo de cartel, no alcanza con juntarse, hay que estar disponible. Poder ubicarme en la posición cartelizante, parafraseando a Miller en “La escuela al revés”[4], ser feliz formando parte de un pequeño grupo con colegas disponibles, para ser escuchado, criticado, aconsejado, presentar nuestras elaboraciones, nuestros impasses, leer, escribir y volver a escribir.
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