El analista debe haber acotado, delimitado, la causa de su horror,
del propio, el suyo, separado del de todos, horror de saber.
Jacques Lacan[1]
¿Cómo leer el sintagma: “Mi primer cartel” cuando se trata de las marcas que ha dejado? Lo primero no siempre deja marcas, es, en cambio, aquello que deja marcas lo que, por eso mismo, se constituye como primero. Me basaré en aquellas ocasiones en las que -participando a veces como cartelizante, otras, como más-uno- puedo decir que “hubo cartel”.
El cartel es una apuesta a que algo se produzca a partir del trabajo con algunos colegas que se eligen entre sí para estudiar un tema común que cada uno abordará desde su sesgo. De esta manera, al igual que el análisis y el control, forma parte de los dispositivos que, cuando funcionan, constituyen una experiencia.
En principio, aíslo una indicación de la intervención que hiciera Lacan en la sesión de clausura de las Jornadas de Estudios de Carteles en 1975[2]. Justo antes de concluir la conferencia, alude a la creatividad, más precisamente a “la creatividad de la mujer”. Comenta que le hicieron una entrevista sobre este tema pero que él no está muy de acuerdo, y agrega: “no es para nada necesario que una mujer sea creativa para ser interesante, basta con que ella cuente, eso es lo que tiene su peso”[3]. Ahora bien, cuando en 1980, vuelve a hablar sobre el cartel avanzando en su formalización, afirma que éste consiste en un trabajo del cual puede esperarse un producto: “un producto propio de cada uno”[4]. Es interesante que, al menos en esta ocasión, no menciona a la creación ni tampoco a la invención, sino a la producción… ¿Qué implica entonces esta dimensión de “lo propio” que, a mi modo de ver, se diferencia (aunque no se excluyan entre sí necesariamente) de “lo nuevo” y de “lo creativo”? ¿Cuál es la especificidad de este atributo que Lacan asocia a varios conceptos fundamentales como el nombre, el cuerpo, el amor, el deseo, el síntoma y el decir[5]?
Por otra parte, Miller sitúa la función del más-uno en relación con dicha dimensión. En primer lugar, definiéndola como aquella que consiste en hacer de tal modo que cada cartelizante tenga su propio rasgo puesto en valor como tal. Luego, advirtiendo sobre la importancia de que el más-uno no se apropie de lo que serían los efectos de atracción[6]. En este sentido, me vino bien darme cuenta de que para que no haya demasiado pegoteo, para que el cartel pueda respirar, el más-uno no sólo debe asegurarse de que los rasgos de cada uno se preserven como tales a lo largo del recorrido (aunque cambien su forma, vayan variando, se vayan ajustando), sino que también tiene que estar advertido de no ubicarse en un lugar de excepción, posición a la que, en cierto modo, es convocado. Es decir que, al igual que los demás cartelizantes, quien ocupa esta función tiene su sesgo, y de él o ella se espera también un escrito.
Entonces, la dimensión de lo propio -al comienzo con el rasgo que orientará la búsqueda, luego, favoreciendo a que el estilo de cada cual pueda desplegarse, y, finalmente, con lo que del recorrido precipite y pueda escribirse- permite apostar a que se produzca un saber encarnado, un saber que nos concierne, un saber que incluya, de un modo u otro, el horror de saber propio de cada uno.
Creo que si el psicoanálisis nos propone separarnos de eso que nos es más propio para que de esa manera nos lo podamos apropiar, el cartel puede ser una oportunidad de encontrarse con algo de eso y, a partir de ahí, contando con lo propio, puede ser una oportunidad de encontrarse con los otros
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