4 Más uno

NUEVA SERIE #3

El cartel, aún*

Marina Recalde

La manera de concebir el psicoanálisis se pone en acto de diferentes modos, en lo que transmitimos y en lo que practicamos. En los consultorios, en los hospitales, en nuestros congresos, en las jornadas, en la universidad, pero también en el plano institucional.

En este sentido, el cartel tiene mucho por decir. Aún hoy. Por diversos motivos. Porque implica un lazo de trabajo entre analistas, porque fue y sigue siendo el órgano de base de la Escuela y porque se convierte en un modo prínceps de transmitir el psicoanálisis de la orientación lacaniana por fuera de las paredes de nuestros intercambios entre miembros de las diferentes escuelas.

Primera precisión, entonces, el cartel no es un grupo como los demás.

Ya lo afirmaba Lacan en su texto “D’écolage…”, de 1980: “Vayan. Júntense varios, péguense unos a otros el tiempo que haga falta para hacer algo y disuélvanse después para hacer otra cosa. Se trata de […] escapar al efecto de grupo que denuncio”[1].

Creo que allí sigue estando la clave: el cartel como dispositivo prínceps para ir contra los efectos de grupo.

Así entiendo que se siga pensando al cartel como órgano de base. Porque esa es la base de la Escuela: ir contra los efectos identificatorios y masificantes que implica todo grupo.

De allí que entiendo una posible lectura de la “Teoría de Turín…”[2], donde la lógica que se desprende -hecha por Jacques-Alain Miller al fundar la Escuela italiana- puede pensarse también como congruente con la lógica de establecer al cartel como órgano de base de la Escuela. Precisamente para escapar de la lógica de grupo. No es un escape en el sentido de una fuga, claro. Es un escape productivo, que permite precisamente funcionar como la base donde todo se sustenta. De allí que haya no solo carteles para trabajar diversos temas, que luego se plasman en unas Jornadas, sino también que el Pase se encuentra articulado a este dispositivo. Entonces, carteles articulados a una clínica, a una episteme y a una política.

¿Qué tomo de la “Teoría de Turín” que me sirva para pensar estas cuestiones?

Miller parte de situar que la emergencia de fenómenos de masas tales “[…] como los de la muchedumbre que Freud refiere a partir de Le Bon, presupone un número considerable, presupone la concertación de un número considerable de personas puestas en una situación idéntica”[3].

O sea, psicología de las masas freudiana, constituida por una transferencia “multiplicada”, causada en un gran número de sujetos por el mismo objeto soportado por el mismo Sujeto-supuesto-Saber, que se manifiesta por sentimientos tanto negativos como positivos, y que es constitutivo de un grupo.

Este modo de lazo, esta particularidad del lazo entre las masas, es el que Jacques-Alain Miller va a llamar el abc, para poder comprender la práctica de la Escuela.

¿Por qué? Porque precisamente va a situar dos modos en que el lazo al Ideal se desarrolla: dos modos de enunciación soportados por el Ideal. Uno es el que opone Nosotros a Ellos. Lógica que refuerza las identificaciones masificantes y que aliena a cada miembro a ese Ideal, vía la sugestión. Hemos visto los efectos de eso. No son los mejores.

El otro modo, es exactamente el contrario: interpretar al grupo para disociarlo, y reenviar “a cada uno de los miembros de la comunidad a su propia soledad, a la soledad de su relación con el Ideal”[4]. Es a este último a lo que Miller va a llamar “discurso interpretativo y desmasificante”.

Sin embargo, no hay pureza. Es decir, siempre queda un resto. Como se sitúa aquí, no hay Ideal cero, no hay anulación de la función del Ideal, pero remitir a cada uno a su propia soledad de sujeto, es remitirlo a la relación que cada uno mantiene con el Ideal bajo el cual se sitúa. Y es en este punto, el de situar una formación colectiva que no pretende eliminar la soledad subjetiva sino por el contrario sostenerse en ella, donde se sitúa la paradoja de la Escuela. Tomando en cuenta el efecto disgregativo de la interpretación situada al comienzo del lazo social que se llama análisis y siendo la Escuela el intento de extender la aplicación del principio a una formación colectiva más amplia, lo lleva a preguntarse a Miller: “«Pero la interpretación tiene siempre un efecto disgregativo. Si cada uno es reenviado a su propia soledad, separado del significante-amo, ¿cómo podría sostenerse una comunidad?» Ésta es la paradoja de la Escuela y su apuesta -que presupone, en efecto, que sea posible una comunidad entre sujetos que conocen la naturaleza de los semblantes y cuyo Ideal, el mismo para todos, no es otra cosa que una causa experimentada por cada uno a nivel de su propia soledad subjetiva, como una elección subjetiva propia, una elección alienante, incluso forzada, y que implica una pérdida”[5].

En este punto, el cartel -al ser su órgano de base- se sostiene -pienso- en la misma paradoja.

Entonces, ya la producción que Lacan esperaba provendría de allí, de los carteles. De ese trabajo propio de cada uno, en un trabajo con otros, pero articulado a un rasgo que (se sepa o no se sepa de antemano) va a orientar dicha producción. No hay un S1 que detente un saber, no hay un maestro, no hay un amo: es un trabajo colectivo de producción individual -cuando la hay- de los cartelizantes y del más-uno. Es lo que se llama producción sostenida en la transferencia de trabajo.

Entonces, hay algo del orden de lo antitotalitario que también está situado en la “Teoría de Turín” respecto a la Escuela.

Es decir que es un agrupamiento en la lógica del no-todo, inconsistente. Y entonces fuerza a cada uno de nosotros a despojarnos de cierta inercia que nos ubica como profesores o alumnos, depende el caso y las subjetividades, e intentar producir algo como efecto de un trabajo entre varios. Eso produce una barradura, una división. Es decir -así lo entiendo- fuerza a cada quien a situarse en posición analizante. No me refiero al dispositivo analítico como tal, sino a esa posición que implica dividirse y renunciar a cierta infatuación a la que a veces nos vemos convocados.

Y esto es fundamental. Puesto que va en el sesgo de sostener una escuela de analizantes, tal como indicaba Lacan. No una Escuela de AME, ni de AE, ni de AP. Una escuela de analizantes.

Tomando en cuenta esto podríamos arriesgarnos y decir, por qué no, de cartelizantes.

Lo digo pensando en la importancia, ayer y hoy, de trabajar con otros. No es sino de esa manera que se avanza clínica, política y epistémicamente.

Y esto no es sin consecuencias en las escuelas y por fuera de ellas. Es decir, en la ciudad.

Si en una Escuela todo es del orden de lo analítico, si eso es un axioma, una condición para que una Escuela sea interesante, ¿por qué no pensar que el Cartel como órgano de base está para poder garantizar esto?

Quiero contar aquí, a propósito del cartel y la política de Escuela, una experiencia que existe aquí desde hace unos años, impulsada por el Consejo Estatutario y que implica la cartelización de los miembros que ingresan a la Escuela. La primera experiencia fue con Silvia Salman, como miembro del Consejo. La segunda conmigo y la tercera con Daniel Millas.

En ese cartel, se elige un más-uno de entre ellos, y se trabajan los textos institucionales. Muchos de ellos presentarán en estas Jornadas de hoy muy buenos trabajos (me consta). La sorpresa de los cartelizantes al ser cartelizados fue enorme: pensaron se los iba a convocar para colaborar con alguna comisión y fueron convocados para producir, alrededor de textos institucionales. Textos institucionales fundantes de la Escuela a la que acababan de ingresar. La sorpresa para nosotros fue que los cartelizantes, que no se conocían entre sí, en su enorme mayoría no habían leído nunca “Teoría de Turín…” hasta el momento de la constitución del cartel. “Teoría de Turín…”es un texto fundamental donde Miller sitúa a la Escuela como sujeto, es decir, atravesada por el impacto de los significantes que la horadan. Por eso es susceptible de interpretación, que la agujerea, y por eso mismo va contra la masificación. El cartel sirvió muchísimo para poder trabajar estas cuestiones que de otro modo probablemente no se hubieran trabajado. Es decir, el cartel estuvo al servicio de una política de Escuela, sostenida en acto. Cada tanto nos reunimos con algún miembro del Consejo y con algún invitado especial. Esta última vez fue con Eric Laurent.

Allí se plantearon muchas cosas. Subrayo dos que vienen muy a cuento de lo que hoy quisiera transmitir, y que enfatiza por qué (es mi lectura) el cartel sigue siendo el órgano base de la Escuela y por qué es abordable, como dispositivo, desde la “Teoría de Turín…”.

Por un lado, el punto de Aufhebung alcanzado, es decir, el punto donde se suprime y se conserva a la vez. Nueva paradoja. Al alcanzar ese punto de Aufhebung, se funda la Escuela. Al menos fue así en la EOL.

Y con ella los carteles de la EOL. Por supuesto que esto no fue sin restos, no hay un punto de Aufhebung ideal, y con esos restos es que se sigue trabajando. Como se trabajó para fundar la Escuela y como se sigue trabajando cada vez.

El cartel, el dispositivo como tal, puede ser un dispositivo para dialectizar esos restos, que muchas veces pueden ser de odios o prejuicios, y poder realizar así un trabajo en común.

Y es muy impactante constatar que ese cartel, por ejemplo, permitió dialectizar y superar “esta nueva forma de tensión: identificaciones grupales - lazo de Escuela”, y fue allí donde Eric resaltó lo oportuno de interrogarse sobre el aporte fundamental de la “Teoría de Turín…” que él llamó lazo de Escuela sin identificación grupal.

Esto para mí resultó fundamental no solo porque es el modo de Éric de reubicar la causa analítica, allí donde se habían producido identificaciones grupales inevitables, sino que él ubicó que fue un buen modo de hacer con lo que llamó la idealización negativa, es decir, cada uno con su goce aislado.

El cartel permitió tramitar esto.

Y allí Laurent realizó otro aporte fundamental que fue leer (o al menos es mi lectura de su lectura) lo que allí Miller denomina la paradoja de la Escuela y el punto de Aufhebung, como una identificación no segregativa.

Lo resalto porque este tratamiento, por la vía de la identificación no segregativa, es el que él situó como el buen modo de tratamiento de las distintas maneras en que el grupo hace obstáculo.

Entiendo que esa lógica puede también pensarse en torno al cartel. Cuatro que se pegotean, podríamos decir, un rato, con la condición de despegarse después. No sin un producto propio.

Es decir, poder hacer no con la Aufhebung ideal, sin restos, sino con lo que podríamos llamar la Aufhebung viable, es decir, con restos ineliminables pero tratables.

Para concluir

En 1964, en el “Acto de Fundación” de la École Française de Psychanalyse (EFP), Lacan afirmaba lo que implicaba cumplir un trabajo que “en el campo que Freud abrió, restaure el filo cortante de su verdad”[6]. Filo cortante de su verdad a la que Miller va a referirse situando que lo que la puso en riesgo fueron los efectos de masa.

Efectos de masa que Freud ubica como reduciendo muchísimo la actividad intelectual. Recordemos que Freud (o al menos la frase fue adjudicada a él) afirmaba que cuando dos siempre piensan lo mismo, es porque hay uno que no piensa. El problema no es pensar lo mismo. El problema es pensar siempre lo mismo.

Freud dice precisamente que la causa fundamental de los efectos de masa es la identificación, unidad entre los miembros, en torno a un mismo Ideal. Punto que desarrollé cuando comencé este texto, a partir de la “Teoría de Turín…”.

Es en el año 64 cuando Lacan crea su Escuela, la Escuela Freudiana de París y también el dispositivo del cartel. Se entra en la Escuela por el cartel, no a título individual sino a partir de los trabajos de los carteles.

Y el designado más-uno es el que hace el lugar para que se despliegue el trabajo de cada miembro del cartel. Después de un cierto tiempo de funcionamiento, los elementos de cada cartel permutan.

Es increíble, porque ese modo de funcionamiento que obliga a la permutación, también va en contra de las idealizaciones e infatuaciones y empujan a las identificaciones no segregativas: “luego de un cierto tiempo de funcionamiento, a los elementos de un grupo se les propondrá permutar en otro. El cargo de dirección no constituirá un caudillismo cuyo servicio prestado se capitalizaría para el acceso a un grado superior, y nadie se considerará retrógrado por retornar al rango de un trabajo de base.

Por la razón de que toda empresa personal volverá a poner a su autor bajo las condiciones de crítica y control a las que será sometido todo trabajo a proseguir en la Escuela.

Esto no implica en modo alguno una jerarquía cabeza abajo, sino una organización circular cuyo funcionamiento, fácil de programar, se consolidará con la experiencia”[7].

En 1975 se realizaron las Primeras Jornadas de Carteles, donde Lacan precisamente en su texto de cierre ubica que el cartel no es un grupo como los demás. Y a ello alude en el Seminario 22, “RSI”, al referirse al cartel: “La identificación al grupo, porque es seguro que los seres humanos se identifican a un grupo; cuando no se identifican a un grupo, están fallados, están para encerrar. Pero no digo por eso a qué punto del grupo tienen que identificarse. El punto de partida de todo nudo social se constituye, dije, por la no-relación sexual como agujero, no de dos, al menos 3. Y lo que yo quiero decir, es que, incluso si ustedes no son más que 3, eso hará 4. La más-una estará ahí, incluso si ustedes no son más que 3”[8],

El cartel, entonces, es agujereado. Y es el que va a permitir, de funcionar, hacer algo con esa tensión inevitable entre “identificación segregativa e identificación no segregativa. La Escuela es el espacio entre, en el cual eso se juega de manera decisiva” (como recordaba Eric Laurent en esa reunión con los carteles a la que aludí hace unos momentos). Seguir apostando al cartel, entiendo, es un modo de cuidar ese espacio.

Ojalá estas Jornadas que se inician con esta conversación sobre Cartel, política y Escuela, sigan dando la posibilidad a todo aquel que lo desee, de que algo de esa relación se vuelva producción en cada trabajo.

NOTAS

* Texto presentado en Jornada Carteles de la EOL que tuvieron lugar en Buenos Aires, el 11 de agosto de 2018. Mesa Plenaria integrada por Diana Wolodarsky, Gisela Smania y Marina Recalde titulada: “El Cartel, una política de Escuela”.

  1. Lacan, J. (1980) “Decolaje o despegue de la Escuela”, Escansión, nueva serie, n. 1. Buenos Aires, Fundación del Campo Freudiano, Manantial, 1989, p. 26.
  2. Miller, J.-A. (2000) “Teoría de Turín acerca de la Escuela sujeto”, El Psicoanálisis, n. 1, Madrid, ELP, pp. 65-76.
  3. Ibíd., p. 67.
  4. Ibíd., pp. 67-68.
  5. Ibíd., pp. 68-69.
  6. Lacan, J. (1964) “Acto de Fundación”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 247.
  7. Ibíd., p. 248.
  8. Lacan, J. (1974-75) Seminario 22 “R.S.I.”, clase del 15 de abril de 1975, inédito.