Recientemente y gracias a un cartel del que formo parte, encontré sin buscarla, una referencia de J.-A. Miller que refleja muy bien la inquietud que me provocó tener que volver sobre estos temas en este Encuentro.
Es una referencia de la clase del 17 de enero de 1990 de su curso El banquete de los analistas y tiene actualidad: “Hablemos del cartel: hoy mucha gente forma cartel, es algo que se extendió más allá de Francia… Nos acostumbramos tanto a él, parece tan conocido, que incluso nos disculpamos al volver a comentarlo”[1].
Es una clase deshace 30 años… y eso sigue.
Es una de las primeras cosas que quiero decir sobre el cartel y la política lacaniana: eso sigue.
En esa clase J.-A. Miller dice que el cartel es una micro sociedad, y eso ya nos introduce en una consideración política. Su rasgo distintivo es que es un conjunto, más uno. Y aclara que es una evidencia de la teoría social que para obtener un conjunto es necesario que funcione un elemento no-semejante. Eso es un lugar de la estructura y no de una persona. Miller pone al más-uno de Lacan en ese lugar de la estructura.
La expresión más-uno, lo cito, “designa tanto lo que es parte de una serie, como lo que está afuera de la serie”[2]. Es la paradoja, de que ese más-uno al mismo tiempo que permite la serie es lo que evita la dispersión. Son fórmulas, dice allí Miller, de la teoría política y explica que cualquier sociedad puede superar el estado de dispersión en tanto un elemento más-uno permita formar el conjunto de los otros. Al más-uno, que Lacan extrae de la teoría política, le da otros usos más allá de evitar el estado dispersivo. Es un uso especial, con cierto forzamiento de ese elemento no-homogéneo, en donde ya percibimos un adelanto de la función de la extimidad.
Como en tantos otros de sus cursos, pero en especial en El banquete de los analistas, Miller se sumerge en las aguas de la política del psicoanálisis. Y en esa clase que les menciono se ocupa de despejar el problema de que las sociedades analíticas se consoliden alrededor del Padre muerto, y la necesidad para tratar eso de usar esa fórmula lacaniana que alienta a servirse del Nombre-del-Padre. Afirma de manera contundente repitiendo esa fórmula conocida para aplicarla a nuestro tema de hoy: “Se puede, pues, prescindir del Nombre-del-Padre con la condición de valerse de él, [y agrega]: he aquí lo que muestra el cartel”[3].
Y concluye con esta referencia: “... el cartel es una de esas soluciones invisibles que Lacan inventó y situó en el principio de ese nuevo tipo de sociedad analítica que fuera capaz de prescindir del Padre a condición de valerse de él”[4]. Se ve la cuestión política profunda de la que se trataba y se ve también porqué el cartel está en el centro de la cuestión de la política lacaniana aún hoy y por qué se justifica su vigencia si es que las Escuelas buscan mantener ese espacio abierto alrededor del que circula el discurso de una comunidad que no sea el del Padre muerto.
Podríamos preguntarnos en qué punto está la realidad efectiva de cada una de nuestras Escuelas respecto de este principio de política lacaniana que Miller extrae de la política de Lacan.
Tengo que decir que uno no puede hablar sólo del cartel si se trata de pensar una política que se quiera lacaniana. Es por eso que en política hemos tenido que aprender a contar hasta tres para que algo pueda construirse.
En la frase que acabo de citar, menciona al cartel como “esa solución invisible”. Invisible, discreta, aún sutil pero que está ahí, aunque no brille como el Pase, o se consolide como la Escuela.
Pienso que en el cartel se sostiene una conversación permanente sobre el psicoanálisis que da cuerpo a nuestra comunidad como una comunidad de experiencia. Eso se hace visible no solo en los carteles sino cuando esa conversación se realiza, hoy mismo, a veces en la también invisible Escuela Una. A veces se pierde la perspectiva cuando la habitualidad hace como en esta ocasión que yo, desde Buenos Aires, esté hablando con ustedes y que dentro de unas horas Anne Béraud, AE de la ECF, presente su testimonio con el comentario de Elisa una colega brasileña. Mencioné estas dos actividades pero seguramente al mismo tiempo están ocurriendo otros encuentros similares. Sería una simplificación peligrosa atribuírselo al zoom, esa solución tecnológica de la que nos servimos hoy. Se trata de la orientación de la política que J.-A. Miller ha impulsado. La “normalidad” a veces aplasta los relieves de lo que hacemos. Y pienso que esto que hacemos hoy y que llamamos Encuentro es parte de una conversación permanente sobre como en el psicoanálisis de hoy buscamos estar a la altura de sus fines. Y una conversación implica que eso aún nos hace hablar y que se sostenga depende de quienes entren en esa conversación.
Lo pienso según el modelo del inconsciente, que también está ahí aunque no lo veamos y que aparece de improvisto para indicar que hay una corriente de conversación permanente aunque a veces no se la vea. Pero cuando la reencontramos algo se produce. Y es interesante poner al cartel en la vía de una conversación, pensando que entrar en eso no puede ser más que por un deseo. A nadie se lo puede obligar a entrar en una conversación como señalaba ya Platón en el comienzo de La República, pero si uno entra en esa conversación no sabe muy bien adonde termina, pero podía mantenerse allí sólo a condición de consentir en ser al menos un poco perturbado en sus certezas y dispuesto a reconocer que su propio discurso podría decir cosas muy diferentes de las que él mismo pensaba.
Una conversación explícita o implícita, una conversación sobre la práctica y sobre los conceptos y sobre la política y en especial sobre lo que no sabemos del psicoanálisis que es en definitiva a mi juicio lo que nos hace seguir. No solo sobre lo que no sabemos todavía, y que podríamos llegar a saber, sino lo que es imposible de alcanzar por el saber. Claro que nunca está asegurada la conversación.
Miller ha tomado el tema en muchas ocasiones, a veces brevemente, a veces de manera más desarrollada. Elegí un fragmento de una intervención que hizo en Buenos Aires en el año 1998. Dice: “¿en qué medida no conviene concebir la práctica de la conversación como la práctica esencial de los miembros de una Escuela?”[5]. Y agrega: “¿qué es una conversación, tal como vamos a construir este concepto en el término de algunos meses? La conversación es la puesta en acto, me parece, de la desuposición de saber de Uno. […] significa que el otro siempre tiene algo que decir. El otro en la conversación […] encarna lo que resta por decir”[6]. La clave es preservar que siempre quede algo por decir, lo dice claramente: “significa que nadie, en su presentación de saber, cierre la boca del otro”[7].
Es muy interesante respecto de la Escuela un comentario que hace allí de la afirmación de un texto de Eric Laurent, quien afirma que con la conversación se puede ir más allá del Edipo. Es decir, podría ser una forma de no necesitar de un garante del saber y por tanto del punto de capitón. De tal manera, dice: “sería posible en la Escuela poner la conversación en el lugar del Nombre-del-Padre”[8]. Impactante la claridad y la simpleza del razonamiento y de la apuesta.
Eso requiere también un mínimo de affectio societatis, es decir, del consentimiento en reconocer que se permanece dentro de un marco que admita los desacuerdos, la disputa, aún las diferencias irreconciliables, salvo que sean diferencias al nivel de la ética, lo que excluye una conversación genuina. El affectio societatis no es el amor al otro y ni dar la otra mejilla para sus golpes. Eso sabemos que no lleva sino a lo peor del lazo colectivo. Tampoco es amistad, y menos aún mutualismo. El affectio societatis está más bien del lado de tolerar la incomodidad de lo heterogéneo, que se obtiene al reconocer lo que no se sabe del psicoanálisis mismo.
Y en la conversación que queremos promover o encontrar en el psicoanálisis, en la Escuela y en sus vecindades, cada uno que entra allí, debería entrar, hay que esforzarse para eso, no se lo logra con facilidad, uno entra allí con su propia enunciación.
Los dispositivos como el cartel, más allá del valor formativo que tengan, y más allá de lo que se puede obtener allí en términos de saber, son la sede más o menos silenciosa o más o menos sonora de una conversación permanente que existe en las Escuelas. El que participa en un cartel debería enterarse de que participa de esa conversación con la que se construye la vigencia del psicoanálisis lacaniano en nuestra época. Y debería entender que tiene la oportunidad de ser parte de eso, allí, haciendo valer su propia enunciación. Es la manera en que interpreto hoy la indicación de Lacan de que si bien hay trabajo colectivo no hay enunciación colectiva. Es una exigencia de nunca ceder su voz al conjunto que fuera.
Eso hace también posible pensar que las Escuelas no están solo delimitadas por la pertenencia a ellas como miembros, adherentes, participantes, etc. Aquellos que no son miembros, si hacen valer su enunciación, participan de pleno derecho de esa conversación y de esa construcción del psicoanálisis de la orientación lacaniana y de la política lacaniana también a través de los carteles.
Y aplicando el desarrollo de Jaques-Alain Miller, que mencioné al comienzo respecto de la teoría política[9], y del que extrae la noción de que el elemento más-uno, elemento no-semejante es el que permite la serie y al mismo tiempo el que evita el estado de dispersión; siguiendo esa lógica, por qué no pensar a ese conjunto no uniforme y tan numeroso de no miembros que participan de la Escuela a través de los carteles, muchos de ellos los que han sido llamados “los jóvenes”, aunque no todos sean tan jóvenes, sean en los no semejantes y que -según lo que les propongo considerar- al participar de esta conversación se sientan también en El banquete de los analistas.
Eso no hace desaparecer las diferencias entre miembros y no miembros. No quiero proferir una blasfemia y que los han hecho tanto esfuerzo por ser admitidos se ofendan o que aquellos que custodian la entrada de la Escuela me acusen de querer barrer con las diferencias que justificadamente existen. Nada está más lejos de mi idea sobre la necesidad de las jerarquías y los grados en la Escuela, y no creo creo que la Escuela sea para todos… tampoco hago un elogio de “los jóvenes”. Las juventudes han escrito páginas trágicas en la política… solo pienso en que esa lógica que mencioné recién es con la que Jaques-Alain Miller[10] instala en la política lacaniana la función de la extimidad. Ellos están fuera de la serie y son parte de la serie. Lacan siempre trató de preservar ese lugar del no semejante, por ejemplo, haciendo miembros de la Escuela a no analistas.
Una persona que no es miembro de la Escuela y que participa de un cartel del que soy más-uno me envió en estos días un texto que va a presentar en la Jornadas de Carteles de la EOL, ella termina su trabajo con esta conclusión respecto de lo que fue su interés en ese cartel. Escribe:
“Tiendo a pensar, por ahora, que es menos relevante intentar delimitar los bordes de la Escuela que prestarnos a conversar qué podría ser eso que orienta la acción del psicoanálisis”[11].
Hoy esos “jóvenes”, tienen una función para las Escuelas y las Escuelas buscan la manera de estar a la altura de lo que las Escuelas promueven como deseo.
Es solo una digresión sobre la actualidad y la estructura de la función del no semejante que en el cartel toma el nombre de más-uno.
No se puede obligar a nadie, a entrar en una conversación pero se lo puede “inducir” a que haga esa prueba. En un texto[12] que me envió hace algunas semanas, Barón toma la palabra “induçao” de Miller y propone un significado interesante: conducir hacia adentro, hacer pasar. Se podría decir, agrego yo, inducir hasta que el otro quede enredado en la red de su propia sed de saber.
En español el verbo “inducir” tiene significaciones parecidas: darle a alguien el motivo para hacer algo; provocar. Puede retomarse aquí el tema clásico del cartel y la elaboración provocada, que no es sin inducción y que es con los otros y que muy bien se podría contrastar con la exigencia en el cartel de concluir con una producción singular, es decir con una producción que uno hace sólo, pero que es con los otros. Y finalmente “inducir” tiene una acepción en electrostática. En electromagnetismo “inducción” es “producir un efecto eléctrico o magnético entre distintos cuerpos”. Más allá de lo que signifique para la electrostática, ¿no hay en eso, algo que comprendemos de inmediato en el psicoanálisis si pensamos en la transferencia? ¿y aún, en la transferencia de trabajo no hay hay algo más que trabajo y saber? Lacan en plena pasión por la lógica, en su Seminario 16 no deja de decir que la transferencia implica algo más “ardiente” que la lógica y que el saber. Un apartado en una conversación sobre la función del más-uno debería incluir esta palabra “inducción”.
Si como se repite el cartel es órgano de base de la Escuela, creo que se puede decir que el cartel es la sede de una fluida y variada conversación que se sostiene a partir de los efectos de la orientación lacaniana.
Y si tomamos esta palabra “indução” en serio, se ve que eso también está en la base del principio Bourbaki que Lacan ha utilizado en diferentes ocasiones: “alguien lo dijo, alguien lo hizo decir, alguien lo considero importante…”.Eso a mi juicio ya implica que una conversación está en marcha, y eso, que bien podría ocurrir en el trabajo de un cartel, debería estimular esos intercambios horizontales que supone reconocer una posición frente a lo que del psicoanálisis no termina de saberse. Reconocerse en esa posición es un momento fecundo de la propia formación analítica.
En la intervención que Ram Mandil hizo en el mes de agosto para la NEL[13] sobre el cartel tuvo una expresión que me dio pie, “alguien lo dijo”, para empezar con este tema del “Cartel y la política lacaniana”, cuando señaló que una de las preocupaciones de Lacan era “cómo tratar lo real en el grupo analítico por lo colectivo”[14].
La afirmación que hizo Ram podría parecer obvia, pero es muy sutil. Incluye una clave en la que yo no había pensado y que subrayo para ustedes. Él dice: “cómo tratar lo real en el grupo analítico por lo colectivo”[15].
Y decir eso es una clara definición de lo que es la política. La política, la política en general, trata lo real que anida en el lazo social, por lo colectivo. No lo trata por la ciencia, ni por la religión, ni por el psicoanálisis. La política trata lo real por lo colectivo. Y esto es lo que está en el centro de este trío, de estos tres para el psicoanálisis que inventó Lacan: el Cartel, el Pase, la Escuela. Y a esos tres, la política lacaniana es la que da marco a la idea que podemos hacernos en la vida de nuestra experiencia de los modos de tratar el real del grupo analítico.
Y se ve rápidamente lo que esto quiere decir si pensamos que la política lacaniana, la que ha determinado con sus vicisitudes la vida de nuestra comunidad analítica y la formación de algunas generaciones de analistas. Esa vida está hecha de esa argamasa extraña entre exterior e interior, entre lo local y lo internacional, entre pasado y futuro, entre acto y consecuencia, entre uno y los otros, entre affectio societatis y transferencias negativas, entre lógica colectiva y libido.
Como decía hace un momento, de lógica y libido está hecha también la transferencia, la de trabajo, esa que mencionamos en la relación de cada uno con la Escuela y en el cartel, y también la otra, la transferencia en el análisis. Y por supuesto es de lógica y de libido de lo que está hecho el Pase, que se sostiene con vitalidad en nuestras Escuelas y que presenta lo más interior, lo más privado, lo más singular puesto a cielo abierto, aún de manera pública, lo que ha hecho que se volviera indispensable para nosotros ese aspecto de la transmisión que hacen nuestros AE.
Eso no siempre fue de ese modo, y Guy Briole[16] lo recordó al referirse a la afirmación de Lacan en “Momento de concluir”[17]: “pasar el Pase por escrito” y al recordarnos que fue Jacques-Alain Miller quien puso en marcha la modalidad de transmisión que tenemos hoy. Hay algunos grupos analíticos que piensan y practican el pase sin la Escuela. Eso ya indica que las condiciones de esa articulación entre Cartel, Escuela y Pase dependen del marco que las contiene, es decir de políticas.
En la clase que les comento de El Banquete…[18], Miller hace una distinción en relación a la cuestión política. Toma la tripartición táctica, estratégica, política de la “Dirección de la cura…” para explicar que esa política que ubica ahí Lacan no es la que trata el imposible equilibrio del lazo colectivo, sino que es la política que implican los fines del psicoanálisis en su dimensión más ética. Y creo que es un esfuerzo sostenido el de Miller por poner en sintonía la política en general con los fines más éticos del psicoanálisis. No sólo en los conceptos sino en la realidad efectiva del lazo entre los analistas y con la cultura.
Que “política lacaniana” o “acción lacaniana” se vuelvan por repetirlo un sintagma que entendemos fácilmente no me parece ventajoso. Al contrario, un significante tiene una función eminentemente política cuando no se sabe bien qué quiere decir y eso permite alojar múltiples significaciones. Pero cuando eso se transforma en algo que todos entendemos ya no sirve para nada.
Escuché por primera vez la expresión “política lacaniana” en 1998. Jacques-Alain Miller dictó un seminario, al que pude asistir en un pequeño salón del Boulevard du Montparnasse, en París, y que cuando fue publicado con el formato de un pequeño libro imprescindible que se llama Política lacaniana[19].
Aquel seminario fue un acontecimiento porque estábamos en medio de la crisis que llevó unos meses después a la ruptura de la AMP en Barcelona. En 2018 volvimos allí después de 20 años de política lacaniana.
En esas clases se pueden encontrar varios “principios de política lacaniana”, que J.-A. Miller intentó cernir para orientarse él mismo en esa crisis, deduciéndolos de la trayectoria y de la acción política de Lacan, Miller lo señaló en esa ocasión, y que para parafrasear la definición de Ram, muestran modalidades de tratar lo real por lo colectivo.
Pero además de los principios que él va extrayendo de Lacan, se puede deducir un principio de política lacaniana de su propio esfuerzo en ese momento, y luego verificable en muchas otras ocasiones, que consiste a mi juicio en avanzar entre los conceptos y los acontecimientos. ¿Y por qué ese sería un principio de política lacaniana? Porque lo que verificamos en nuestra experiencia de Escuela y en nuestra experiencia institucional, los conceptos, aún los más firmes de la enseñanza de Lacan están atravesados por los acontecimientos, por lo que llamamos la época, por los avatares de nuestra comunidad, por las relecturas permanentes, por las novedades. Y plantearlo como realidad efectiva en la vida de una comunidad como la nuestra, como Miller lo ha hecho, es una enormidad antidogmática que requiere coraje. Finalmente lo seguimos en considerar que los conceptos no son formulados de una vez y para siempre, que tienen que ser puestos a prueba y que la práctica institucional, la vida institucional, se enreda en ellos. Los conceptos y los acontecimientos tropiezan, y se ponen a prueba mutuamente. Eso vale también para los tres que hoy nos convocan, Cartel, Escuela, Pase. ¿No se verifica esto de manera evidente en las variaciones, crisis, reformulaciones, que ha tenido y que seguramente seguirá teniendo el Pase?
No hay verdades reveladas ni dispositivos de una vez para siempre, esa es una marca de nuestra vida institucional, de sus sobresaltos y de una política que se quiera llamar lacaniana. Esto que digo no es un principio formulado explícitamente en aquel seminario por Miller, lo extraigo por mi cuenta para plantear hoy algo sobre la política lacaniana que vaya más allá del sintagma y que enmarca Cartel - Escuela - Pase.
Se podría decir que la política lacaniana toma en cuenta la necesidad de mantener un balance entre Escuela e Institución, y hay que darse cuenta -porque la vida de la Escuela lo demuestra- que ese es un balance que no está asegurado. Tener una política que trate de preservar lo analítico en lo institucional es algo clave y algo arduo de lograr, y a pesar de nuestros esfuerzos es siempre necesario preguntarse en qué punto estamos. Y eso vale para los dispositivos como el del Cartel y el del Pase, pero también para la Escuela misma. La Escuela tiene sus fundamentos institucionales, estatutarios, los dispositivos tienen sus reglamentos, el Cartel sus catálogos que inscriben nombres propios, sus secretarías, sus actividades regulares. El Pase tiene su dispositivo regulado por un reglamento en cada Escuela y sus procedimientos son homologados por la Asociación Mundial, lo que le hace decir a Miller en aquel seminario del 98, que eso tiene una norma de procedimiento compartida por todas las Escuelas y sus nominaciones, una vez homologadas por la AMP, son reconocidas en todas ellas. Pero ese aspecto completamente institucional e ineliminable en nuestras Escuelas está al servicio de los fines del psicoanálisis mismo, tal como lo concebimos. En el caso del cartel para preservar una enunciación que no es colectiva, y en el caso del pase para hacer valer lo incomparable que en un psicoanálisis puede obtenerse. A eso llamo preservar lo analítico en lo institucional.
Miller nos formó en ese esfuerzo de trabajo inagotable que es la gestión de las Escuelas, los trabajadores decididos… sí, pero también nos formó en que una Escuela es una Escuela de analizantes. Es lo que en la “Teoría de Turín…”[20] quiere demostrar cuando plantea la Escuela sujeto. Una Escuela de analizantes es decir de sujetos que están al tanto de que el inconsciente y un real los determina.
Es la diferencia entre trabajar por la causa, como si esta fuera un ideal y trabajar por causa de la causa que nos impulsa.
En eso el Cartel y el Pase dan una chance de preservar lo analítico en lo institucional en el seno de la vida de nuestras Escuelas.
La política lacaniana es una política de la enunciación.
Con una simplificación patética solemos oponer las “lógicas colectivas”, que reservamos para nuestras acciones, a la “psicología de las masas” que dedicamos a la debilidad mental de los otros. Pero ¿cómo sabemos que no conformamos una masa, sometidos alegremente a la identificación colectiva, más allá de nuestras buenas intenciones?
El cartel da una pista para orientarse en este sentido en la medida en que se sostenga la idea de Lacan de que no hay enunciación colectiva.
Hace algunos años Miller planteó fuertemente una política de la enunciación cuando vio necesario hacer lugar a lo que se llamó los “recién llegados”.
La política de la enunciación es una enorme y eficaz aplanadora de las jerarquías, en especial si éstas se encuentran un poco rígidas en sus lugares institucionales, y en especial si esa enunciación se autoriza en la relación que cada uno tiene con el inconsciente.
Frente a eso que nos determina, nadie puede erigirse en un maestro. Pero sí puede hacer valer el saber-verdad que ha obtenido hasta allí de su experiencia del análisis y hacer ver adónde está en su formación analítica. La fórmula “todos analizantes” puede leerse así: todos iguales frente a la experiencia del inconsciente y de lo real.
Sería bueno para cada uno reconocer si es desde allí desde dónde habla. Cada uno, los practicantes, los AME, los AE, y todos los que se acercan a nuestra Escuela de las más variadas maneras. El cartel puede y debe alojar eso y hacerlo valer y la Escuela debe brindar los medios para que eso pueda suceder. Y creo que más allá del trabajo incesante que las gestiones hacen por el cartel, es porque el cartel aloja esa enunciación que mantiene su impactante vigencia en las Escuelas. La vigencia del cartel nos sorprende porque traza un campo una y otra vez, un campo en donde algo de la formación analítica en nuestro formato-informe-de-formación-permanente se desarrolla.
“No hay enunciación colectiva”, para mí, eso quiere decir también entre: arréglatelas como puedas pero asegúrate que las cartas que juegues aquí sean las tuyas. Esas son las que valen.
Para poner en acto una política de la enunciación hay que tener una teoría de la extimidad que pueda aplicarse al grupo analítico, para que el grupo analítico no se haga consistente. Y la política lacaniana toma en cuenta la tesis de la extimidad. Desde la función del más-uno en un cartel, o del éxtimo en el cartel del pase que requiere de un colega de otra Escuela con el que hay que discutir el caso que ha decidido nominar, pasando por la AMP que es éxtima a las Escuelas y hasta la Escuela Una agujereando a la AMP. Todos nuestros dispositivos ponen en acto la tesis de la extimidad, es decir la tesis que indica que hay que reconocer y soportar que lo más exterior es también lo más íntimo. Sin eso la política se deriva inevitablemente hacia la consistencia. Por otra parte, la tesis de la extimidad apunta a que lo local no se deslice inevitablemente por su ladera preferida hacia la comodidad, finalmente insoportable, del pequeño grupo.
Hay una apuesta por el Pase en nuestras Escuelas.
Para nosotros hay Pase con y en la Escuela, y eso tiene incidencias para el Pase y para la Escuela, desde la “Proposición…”, la primera incidencia del Pase en la Escuela de Lacan, que produjo el rechazo a las consecuencias de la “Proposición…”. Una cosa es el Pase como ideal y otra cosa es el pase como realidad efectiva.
Para que el Pase se pueda sostener como una realidad efectiva debe ser algo más que un ideal y debe encarnarse en una comunidad de experiencia, en un affectio societatis y en un contexto de lo que se puede llamar de confianza lúcida sin lo cual eso no funciona.
El Pase tiene una potencia antigrupal y anti-identificatoria y en esto el Pase en la Escuela debe tener una incidencia anti-jerárquica. Eso entre otras cosas hace que Pase sea siempre un problema. Cuando no lo sea, cuando lo supongamos además garantizado, ese será un verdadero momento crítico.
Si para el cartel ponemos el énfasis en que no hay enunciación colectiva, hay una incidencia del Pase en la Escuela al recordar que el pase va contra la lógica de las identificaciones. El pase es anti-identificatorio. Eso no significa que uno no tenga que estar identificado a nada. Lacan lo decía al advertir que si uno no está identificado en la vida social está para internar. Pero en la Escuela, y justamente con el Pase se da la paradoja de que si alguien viene al dispositivo que llamamos “dispositivo del Pase” a decir que se ha librado de las identificaciones más importantes que lo sostenían, que se las ha sacado de encima una a una en la marcha de su análisis y viene a dar testimonio de eso, a ese supuestamente “desidentificado” no lo hacemos internar. Primero tomamos en cuenta que aunque salió de su infierno personal y no se extravió en su soledad, viene de nuevo a la Escuela a decirlo y en algunos casos, si nos ha convencido se los nombra Analista de la Escuela.
Algo en la Escuela de Lacan va necesariamente contra la lógica de las configuraciones sociales y el Pase nos lo recuerda. Por eso siempre hay que estar advertidos de que llevar el psicoanálisis a la política no es lo mismo que llevar la política a una Escuela de psicoanálisis.
El problema de las identificaciones en la Escuela es el que se produce cuando uno supone que sabe de color es el disco que porta en su espalda. Somos prisioneros, como aquellos prisioneros del apólogo de Lacan, y hay que recordar entonces que lo que les permite salir de esa prisión juntos es que cada uno acepte que no sabe de qué color es el disco que lo identifica, y que solo puede saberlo por los otros, ¡esos otros que tampoco saben cuál es el de ellos! Si cada uno supone saber la verdad del disco que lo identifica, entonces ¿para qué está en una Escuela de psicoanálisis? Para eso sirven las asociaciones profesionales u otras asociaciones. No es por la identificación colectiva por donde hay una chance y esa es, a mi juicio, la incidencia mayor del Pase en la Escuela.
El final del análisis es una experiencia de separación, separación de ese Otro al que uno se identificó, de ese fantasma que daba sustento a lo que nos hacía languidecer y al goce que nos perturbaba, y en el mejor de los casos uno se arregla un poco mejor con eso en la vida. Lo que Lacan llamó para el final del análisis “destitución subjetiva” o más adelante “desabonamiento del inconsciente” muestra que quien termina un análisis y se deshace del ancla que fue la transferencia necesita también amarrarse a algo. Miller, en su curso Donc formula la hipótesis entre divertida y clínica de que Lacan inventó el Pase para ofrecer un Otro a aquellos que pasaban por ese trance desidentificatorio. Se los leo porque tiene algo de humor y de ironía y ubica con precisión una de las dimensiones de la relación entre la Escuela y el Pase: “[…] comprendemos la importancia de recomponer un Otro para los analistas. […] porque sin ese Otro los analistas se vuelven locos, y pueden incluso tener la tendencia a creer que ellos son el Otro. Este Otro para los analistas es lo que llamamos una Escuela”[21].
Si el Pase tiene incidencias en la Escuela, la Escuela tiene también incidencias en los AE. Para decirlo de otro modo, la Escuela les da a los AE no solo un Otro sino también un banquito, una banqueta, adonde subirse durante tres años mientras se los exprime hasta la última gota. La demanda de la Escuela puede ser insoportable y lacanianamente necesaria para el AE.
Retomo justamente aquí otra afirmación de Ram, en la intervención que ya mencioné, Ram decía: “El saber hacer con el sínthoma cobra valor de Escuela”[22]. ¿Y me pregunté porqué eso sería así? ¿Por qué algo que sería tan singular cobraría valor de Escuela? Pienso que es porque con ese saber-hacer-ahí no puede hacerse un colectivo, pero con ese saber-hacer-ahí se hace evidente lo inconsistente de lo colectivo y quizás por eso cobra el valor de Escuela.
El AE es la interpretación decía Lacan, porque el AE le demuestra a la Escuela que no es un todo consistente sino que tiene en su seno un elemento heterogéneo.
El Pase agujerea la Escuela. Lo hace de muchas maneras, pero hay dos maneras que quiero destacar: por un lado, en cuanto a la selección de los analistas y, por otro, en cuanto a la inconsistencia de la Escuela que he mencioné recién.
Decía hace un rato que “para poner en acto una política de la enunciación hay que tener una teoría de la extimidad que pueda aplicarse al grupo analítico, para que el grupo analítico no se haga consistente.”
Les doy un ejemplo con una anécdota que a mí me enseñó mucho. En el año 2000 se fundó en Buenos Aires la Escuela Una, que indudablemente fue una manera de descompletar a la AMP dos años después de la crisis de Barcelona. Luego de esa fundación se eligió un órgano para acompañar esos primeros pasos que se llamó Comité de Acción, que aún hoy sigue existiendo con otros modos de selección y otros objetivos. Aquel primer Comité de Acción se eligió por votación entre todos los miembros autopropuestos de todas las Escuelas de la AMP presentes en la Asamblea. Inmediatamente terminado ese acto Miller convocó a una reunión a quienes habíamos sido elegidos para ese Comité y a los AE que en ese momento estaban en ejercicio: recuerdo que entre los AE estaban P. Monribot, D. Laurent, M.-H. Roch, G. Dargenton, G. Belaga y no me acuerdo si había alguno más. Era una escena que reunía a personas seleccionadas con dos lógicas completamente distintas: unas elegidas por una Asamblea, sujeta a todas las influencias e incidencias de una selección democrática. Las otras por la selección del Pase. Sentados ahí Miller dijo señalando a quienes habíamos sido elegidos por la Asamblea algo así como: a ustedes se los puede reunir en un conjunto, pero eso no se puede hacer con los AE. ¿cómo se construye un conjunto con los trozos del real singular que cada uno había cernido en el Pase?.
Eso no puede hacer un conjunto, aunque sí puede hacer una serie abierta. Y esa serie que constituye la realidad efectiva del Pase en la Escuela cumple una función de extimidad en nuestra política.
Y eso es lo contrario que la lógica de la psicología de masas. Se puede decir que el Pase tiene para la Escuela la incidencia de una interpretación. Es su función política.
La incidencia mayor del Pase en la comunidad de la Escuela está en los análisis, es decir en la experiencia; y en los analistas, es decir en su práctica. La práctica que llamamos de orientación lacaniana, el psicoanálisis que practicamos, está atravesado por la práctica del Pase, a pesar de las crisis que éste pueda atravesar.
El cartel y el pase mantienen cierta vecindad que hay que cuidar si queremos preservar la incomodidad de lo heterogéneo en la Escuela frente a las identificaciones que nos igualan y que inevitablemente nos amasan.
NOTAS
* Conferencia presentada en el Encontro de Cartéis, EBP-Bahia, 12 de diciembre de 2020.