El cartel fue para mí el lugar y el lazo que me dio la posibilidad de sostener mi enunciación con otros, la pata entre otras que me anudó a la Escuela.

Podría establecer un arco temporal en mi recorrido por el dispositivo, desde un primer cartel fallido, hasta el actual que es de nuevos miembros posterior a la homologación como miembro de la escuela.

Entonces, un primer cartel, no cartel, ya que, en esa oportunidad, no hubo suficiente disposición para sostenerlo y se diluyó. Lo que no perdió fuerza fue mi interés por el dispositivo. Continué apostando por él hasta el día de hoy.

Como dice Mauricio Tarrab en su escrito "…llamarlo cartel no es asegurarse de que lo sea, hay que hacer la experiencia…"[1] y en esa primera vez no sucedió.

El que sitúo entonces como primer cartel, luego de esa experiencia fallida, se inscribió con el título de "Operaciones del analista", una experiencia libidinal en todo su recorrido, con un más-uno que nos causó al trabajo en cada encuentro y que colaboró activamente para que se sostenga la enunciación de cada uno, hasta la precipitación en un producto propio que cada integrante pudo presentar con mucha alegría en la Jornada de Carteles, luego de los dos años de trabajo que dejó marca en nosotros y un lazo afectivo que aún perdura.

En esa experiencia, sin duda la función del más-uno "…como agente provocador, yendo en contra de la pereza y haciendo agujeros en la cabeza…"[2] estuvo garantizada, causó la tarea y contribuyó con una escucha activa para que cada uno delineara e investigara sobre su rasgo y lo pusiera al trabajo, apuntando no a una repetición, sino a que algo nuevo aparezca, lo inédito que provocaba sorpresa en cada uno de nosotros.

Los colegas cartelizantes propiciaron la conversación, nos habíamos "juntado" y eso funcionaba y así fue durante todo el trayecto, hasta el momento de "disolvernos para hacer otra cosa"[3]. En este punto ya contábamos con lo vivo de la experiencia y con el saldo de saber que implica haberla recorrido.

Lo novedoso para mí en esa travesía, además de haberla vivenciado y atravesado en toda su extensión, con lo que eso implica, fue poder reunir en mi rasgo el tema del cartel que ya venía incluido en la invitación a sumarme, con el interés que yo tenía en la investigación sobre lo femenino en psicoanálisis, hasta ese momento esa conexión no me había surgido.

En esa instancia la función del más-uno fue fundamental para poder encontrar el punto en común en esos dos temas. A través de sus interrogantes y los aportes de los colegas la investigación se iba delineando.

Desde allí y a través del intercambio con mis colegas cartelizantes y con nuestro más-uno, pude definir mi rasgo al que llamé "lo femenino del analista", esta formulación me tomó por sorpresa y lanzó mi exploración sobre el enlace entre estos dos conceptos.

El rasgo de cada uno estaba elegido y el cartel inscripto. A partir de allí la experiencia se echó a andar y la conversación se sostuvo, tejíamos alrededor del agujero en el saber y frente a cada impasse, el más-uno estaba allí para relanzar la tarea.

En relación a mi rasgo, que ya a esta altura estaba enunciado, me encontré, guiada por el cartel, con el párrafo del curso "El Uno totalmente solo"[4], donde Miller ubica la analogía y la afinidad entre la posición analítica y la posición femenina. Este encuentro entre lo singular y lo colectivo me llevó a vivenciar en acto este aspecto propio del cartel.

La investigación giro alrededor de esa afinidad y del concepto de "entre centro y ausencia"[5] como localización de lo femenino y del analista.