“No hay cartel sin rasgón” se denominó a nuestra segunda noche de Escuela, donde celebramos el miércoles 24 de junio, la primera Noche de Carteles. Nuestras invitadas que compartieron “la mesa” eran Viviana Mozzi (Secretaria de Carteles de la EOL), Gabriela Dargenton (Presidente en la ID de Córdoba y miembro del Consejo Estatutario de la EOL), junto a Natalia Andreini y Milagros Rodríguez, con la coordinación de Beatriz Gregoret, integrantes y Responsable de la Comisión de Carteles de la Sección EOL-Córdoba.
En el telón de fondo durante los minutos previos, la música de Rapsodia Bohemia nos deleitaba junto a la exposición de obras de arte del artista plástico ítalo-argentino, Lucio Fontana. Distintos objetos, hasta los más inverosímiles revelaban una marca particular: una grieta o rasgadura. “El agujero es el comienzo”, cito al artista, nos anticipaba el espíritu abierto, de iniciación, inherente a la experiencia del cartel, donde resuena el enunciado de Jacques-Alain Miller, “lo mínimo es partir de un rasgón”, algo por lo que hay que dejarse atravesar.
Es esta quizá, la perspectiva ética del cartel, contra toda docilidad del superyó –que tan bien se lleva con los universales– cada uno entra al cartel con su insignia, con lo ajeno, con lo impropio, unheimlich, para producir un saber singular. Y en la vía de los hallazgos singulares, eso hace marca, la experiencia de lo singular hace marca. Otra perspectiva que nos enseña Lacan y que transmitieron los trabajos, es que el cartel es una experiencia que va de lo particular a lo singular, que hace lazo a la Escuela. Cuando Lacan formula los fundamentos del cartel, a la vez que dice júntense, dice también, con el tiempo sepárense para hacer otra cosa, enunciando allí una indicación política, la disolución.
El recorrido que hicieron los trabajos cada uno en su diferencia, nos enseñaba acerca de lo que sucede cuando cada quien se encuentra con el agujero en el saber, ese desgarro –rasgón– que se produce le permite hacer algo con eso. Cualquier intento de taponar el agujero desvía el sentido del cartel hacia una elaboración universal del saber. El cartel no es eso. El cartel es una modalidad de agrupación particular, que permite que varios se reúnan para armar “algo”, constituye un escenario donde las identificaciones –sabemos inevitables– hacen obstáculo al trabajo.
“En el campo de la política las identificaciones son necesariamente segregativas, hay que inventar algo un poco desegregativo… ¿Cómo hacer desde la Escuela? desde el Cartel como instrumento de base”, nos decía Éric Laurent a fines del año pasado en su visita por Córdoba.
Entonces, podríamos decir que, si hay identificación, estas debieran ser no entre sus integrantes sino de cada uno hacia su rasgo. Ese pequeño grupo no apunta a lo universal, de manera que, vale la pregunta cada vez, y es necesaria, para saber si allí hubo o no cartel.
¿Hay vida afuera? Sí. Hay vida dentro y fuera de la escuela, tal como escuchamos en la Noche, en esa topología de la libido queda demostrada la vitalidad del cartel, órgano de base de la Escuela. Efectivamente hay vida afuera de las pantallas, más allá del contexto de pandemia, y sobre todo, que aunque tengamos que encontrarnos on line, la libido circula vivificando los lazos en la Escuela.
Reseña realizada por Josefina Elías