Sábado 11 de septiembre de 2021, de 9 a 13:30hs.
En “El uno solo”,[1] Jacques-Alain Miller propone hacer aparecer la arquitectura en la enseñanza de Jacques Lacan, sostenido en principio, en su seminario La identificación, en el que dice que antes de ser volumen, la arquitectura movilizó y dispuso superficies teniendo en cuenta un vacío. Así es como Miller presenta la arquitectónica lacaniana: como organización de superficies en torno de un vacío. De hecho, Lacan mismo sostiene que la arquitectura se ha hecho de componer superficies sobre un vacío, hace algo que sirve por el agujero que tiene alrededor.[2]
¿Pero de qué arquitectura se trata?
Miller toma, por un lado, la idea kantiana de la arquitectura, que ubica conceptos de cosas que solo por el arte son posibles y, por otro, toma como ejemplo a Vauban.[3] Por otro lado, Eric Laurent presenta tres formas de manipular la imagen del cuerpo, a través de tres exponentes del arte. Uno de ellos es Frank Gehry, arquitecto canadiense-norteamericano –llamado “arquitecto de las formas” o “del movimiento”–, que considera que la arquitectura es un arte, que un edificio debe ser apreciado tal como una escultura. Laurent lo sitúa para mostrar la preocupación por la manipulación de la imagen del cuerpo y su modo propio de saber hacer con eso.
Una nota acerca del arquitecto, lo nombra como “antidepresivo arquitectónico” y, dice Laurent: “si es un antidepresivo, esta topológicamente organizado, porque se presenta como si en él un vacío interior hubiera sido «externalizado». El vacío interior pasa al exterior y se convierte en objeto mancha, como la lata de sardinas [de Lacan]”.[4]
Una arquitectura que se asemeja a la japonesa, que debe tener en cuenta siempre un espacio vacío en sus planos, pero no como un espacio vano sino como un elemento dinámico y activo. Parafraseando a François Jullien,[5] la idea es cernir esa idea de vacío que no implica inexistencia, sino que incluye una escritura cuya única certeza es que incluye el no-todo.
Miller, en su seminario de 2011, llega a nombrar la arquitectura de la pulsión, la arquitectura del grafo, la arquitectura de los nudos, incluso, el inconsciente como arquitectura de símbolos...[6]
Nos aventuramos a sumar a esta lista la arquitectura del cartel: el juego topológico entre lo singular, lo breve y lo provocador…
Desde estos desarrollos sostuvimos como base de La 4+1, el movimiento de la Bauhaus, y no solo como estética, sino porque nos encontramos con que su sistema de enseñanza revolucionario, en algunos puntos se acerca al modo de funcionamiento del cartel: quien asistía aprendía por sí mismo, no estaba sostenido en un saber completo que se recibía de Otro sino más bien se trataba de la construcción de un saber para cada quien a partir de una praxis. Esto llevaba a que tuviesen que “abandonar ideas preconcebidas”:[7] se les daba la palabra para que crearan y construyeran un saber, en posición activa y no de sometimiento, proponiendo un modelo educativo que iba contra la rigidez de la academia.
Gropius, quien fundó y dirigió la Bauhaus sus primeros nueve años, subordinaba la escuela a la meta, ya que el edificio sería levantado colectivamente, y de ese modo, sostenía, que “caería el muro de la arrogancia existente entre artistas y artesano”. Resuena con el movimiento mismo del cartel, en su juego de anonimatos, con la particularidad de que, en este último caso, se agrega lo singular, en la producción final.
Además, diseñaban sus propias letras, a veces informales, a veces hasta grotescas, no orientadas por la simetría, con palabras que podían usarse en todas direcciones, sin respetar mayúsculas. En verdad, casi no las usaban en el lugar “adecuado”, para romper la tradición y subordinando y neutralizando la forma a la función.
Se trata, parafraseando a Laurent con relación a Gehry, de una arquitectura no estructurada por el Nombre del Padre ni por la experiencia del espejo, y que subvierte nuestra relación con el cuerpo, y en este punto, agregaríamos, provocadora. De ese modo, los artistas:
[…] Nos introducen […] a la política, en el sentido más literal y fundamental, esa política del síntoma que el psicoanálisis tiene el honor de constituir como la matriz con la que se hace materia de su experiencia y del saber que se deduce de ella en su enseñanza.[8]
A esta particular topología arquitectónica, sumamos entonces el tiempo, cuando sostiene que “hay una correspondencia entre la topología y la práctica. Esa correspondencia consiste en los tiempos. La topología resiste eso que la correspondencia existe”.[9]
Considerar el tiempo como una topología, provoca que el Cartel quede atravesado por lo libidinal o, podemos decir, siguiendo a Miller, considerar la erótica del tiempo, hace de ese breve lazo, a veces, un acontecimiento vivo.
Viviana Mozzi, Secretaría de carteles
Comisión: Gerardo Battista, Ana Larrosa, Marcela Mas, Silvia Pino,
Mercedes Simonovich, Greta Stecher, Inés Szpunt, Natacha Zarzoso
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